Karina Gallota
María Pía Scocco
Lorena González
Resultan
de larga data las discusiones que se generan en relación al sistema educativo y
más específicamente a los problemas de aprendizaje que manifiestan los alumnos
en general, pero poco se habla de los problemas de la enseñanza.
La
propuesta de este ensayo es la de iniciar un camino – sucinto - sobre aquellas
cuestiones referidas a la enseñanza y en particular aquella vinculada con los adultos
y el perfil del docente que asuma esta labor.
Remitirnos a una definición de adulto nos
demandaría, sobre todo en estos tiempos, una discusión más profunda acerca de
lo que supone serlo en la actualidad. El hablar de adultos nos invita a
mencionar algunas características que lo hacen particular a la hora de iniciar
o retomar su trayectoria escolar no encauzada, tal como lo define Flavia Terigi “trayectorias
escolares que siguen el modelo de las trayectorias teóricas pero muchas siguen
otro cauce”, en tanto existen variables que afectan el desempeño escolar del
alumno. Jóvenes que han desertado del sistema regular de
educación por motivos económicos o familiares, madres / padres solteros que son
sostén de familia o bien madres, padres que se proponen mejorar su calidad de
vida a través de los estudios alumnos con historias de fracasos escolares
recurrentes; adultos que asisten a la escuela luego de su jornada laboral, etc,
son los que retoman aquello, que por las ya mencionadas razones y muchas más,
han dejado pendiente.
Ahora bien, ¿con qué tipo de docentes se
encuentran estos adultos? ¿Qué perfil debe tener un docente de adultos?
Estos interrogantes nos conducen a manifestar como una primera aseveración que
lo heterogéneo es la característica que los define y esto lo podemos ver
reflejado en sus diversas designaciones, como por ejemplo: maestro, formador,
instructor, comunicador, profesor, gerontólogo educativo, andragogo. Respecto
de este último, resulta pertinente la definición que hace la UNESCO como "la ciencia de la formación del
hombre"; en contraposición al concepto de pedagogía que
en su etimología significa “formación del niño”.
Retomando
el sentido de las diversas designaciones, éstas no hacen más que revelar las
distintas concepciones en torno a lo educativo y su metodología en función de
los diferentes objetivos. Por lo tanto, no hablaremos de un proceso único y
tendiente a la homogenización de conocimientos o habilidades, que determinen un
solo perfil de docente de adulto, dada la existencia de múltiples profesionales
que deben especializarse en función de una mejor práctica en la formación de aquellos
alumnos.
En
este sentido y teniendo en cuenta el variado, complejo y amplio mundo de contenidos que abarcan el universo
educativo, prácticamente imposible de llegar a dominar por un único docente,
consideramos pertinente abocarnos a uno
de los ámbitos imprescindibles que hacen a su labor: el ámbito actitudinal. “…es
el ámbito actitudinal el mejor marco para configurar una formación de adultos
con un sentido pedagógico articulado en torno a las grandes finalidades que persigue
la educación de adultos” (Tennant,M; 1991).
Acordamos
y consideramos oportuno mencionar la propuesta que hacen los autores Marta Fernández
Prieto y Jesús Valverde Berrocoso, sobre este aspecto actitudinal que conforma
una parte del perfil del docente de
adultos, clasificándolo en los siguientes ámbitos: Político Socio-comunitario; Ético-moral;
Relación interpersonal; Modos de pensamiento; Practico-educativo.
En un intento de dar respuesta a
la segunda pregunta que nos
formulamos al principio de este ensayo, estas clasificaciones permitirán
concluir en lo que resultaría deseable y esperable – a nuestro criterio – como
perfil de cualquier docente y especialmente para adultos teniendo en cuenta que
desde su accionar, acompañado de una actitud de liderazgo - mas no de
autoritaria – promueve una educación en un doble sentido: el de autoconciencia y el de
liberación, en tanto se dirija a un cambio de la realidad que puede
presentarse devastadora y sin un porvenir, tal como se le presenta a los
jóvenes a los que hace referencia Perla Zelmanovich [1] y en los que se corre un doble
riesgo, la de equiparar la vulnerabilidad de los niños con la de los adultos y
aun peor anteponiendo la propia vulnerabilidad adulta a la del niño-joven.
Una
concepción pluralista que reconozca las diversidades y apunte al compromiso
individual y social cuyo objetivo sea el de la cooperación y a no hacer “oídos
sordos” dejando en la puerta del aula los problemas y las realidades sociales
que atraviesan los alumnos, la
importancia del aprendizaje cooperativo, activo y creativo que el docente de
adultos debe estimular y construir mediante una atmosfera sana, de respeto,
confianza, motivación, cooperación, diálogo y aceptación para que el trabajo
docente-alumno y alumno-alumno conduzca a la implicación individual que continúe
en la construcción del conocimiento, la búsqueda activa y que además, en lo
posible vincule el objeto de estudio con experiencias de la vida cotidiana que ayuden y faciliten
su comprensión y aprehensión, visión que
se vincula directamente con lo ético y
moral en tanto implica respeto y solidaridad por parte del educador hacia su
grupo. El diálogo y la comunicación
favorecerán las relaciones interpersonales que, en el marco de la relación
asimétrica, contribuirá al desarrollo de una relación empática sirviendo de
instrumento de reflexión y enriquecimiento personal. Esta horizontalidad en la
comunicación bien podría asociarse con algunas de las ideas de un gran
referente en América Latina en educación de adultos como fue Paulo Freire , en
las que mencionaba la necesidad de desarrollar una pedagogía de las preguntas,
en tanto los profesores tienden a contestar preguntas que los alumnos no han
hecho; que enseñar exige saber escuchar y respeto a los saberes de los
educandos y finalmente concluir que el profesor
pasa a ser alguien que es enseñado en el dialogo con los alumnos (proceso
dialéctico). La capacidad del dialogo, escucha y respeto por las opiniones de
los otros posibilitará un intercambio constructivo de criterios propiciando un clima para la predisposición positiva del
aprendizaje.
Mónica Coronado -psicopedagoga especialista
en educación superior- asegura que para lograr esta buena predisposición, es
necesario prestar atención a muchas variables y factores condicionantes que se
pueden presentar, basándose en 4 ejes fundamentales de la dinámica organizativa
de la enseñanza-aprendizaje: La calidad de la organización y diseño; El proceso
individual y grupal; La estrategia a corto, medio y largo plazo, aceptando
riesgos limitados y El seguimiento y constatación de logros y resultados. Para
la autora, las aptitudes generales de un
docente de adultos implican la capacidad de aplicar los conocimientos en la
práctica, aprender, actualizarse, comprometerse e identificar, plantear y resolver problemas.
Sobre
estas aptitudes Jaume Trilla[2] amplía
la idea diciendo que el saber es continuo, no estático ni completo, es esencial
para que el educador de adultos no lo considere de su exclusiva posesión, sino que
aquel se desarrolla en la doble dirección formador – adulto, teniendo en cuenta
al adulto y su amplia experiencia de vida como base de sus nuevos
conocimientos, procurando que el grado de
dependencia axiológica [3]
sea cada vez menor en la medida en
que el adulto adquiera mayor autonomía moral frente al docente.
Para concluir, Una actitud de
pensamiento flexible y con capacidad de adaptación a los cambios que impone la
realidad sumado a una continua actitud de interrogación, constituyéndose como
un elemento educativo de primer orden para la formación de la cognición social
deberá asumirse como propio del acto pedagógico. Estar atento a la expectativa
acerca de lo que los educandos manifiestan en sus discursos como necesidad de
aprendizaje, así como procurar un ambiente en la cual el adulto pueda
expresarse, rescatar y compartir sus experiencias sin presión de patrones
autoritarios. Favorece un clima de respeto hacia el logro de objetivos comunes
en grupos. Consideramos por todo lo anteriormente
expuesto, que el acto de asumir la enseñanza de adultos implica un doble
desafío, ya que deberá ser productivo tanto para el docente en su rol activo,
que demanda la mejora y la reconstrucción de su práctica diaria, como para
aquellos adultos que, apuestan a que su educación sea la primordial herramienta
que simbolizará las llaves que abrirán las puertas, que les permitirá transitar
por caminos en pos de una mejor calidad de vida para sí mismos y para sus prójimos y así alcanzar nuevas
metas proyectándose hacia el futuro.
Bibliografía:
Coronado,
Mónica (2008) Ampliación, enriquecimiento y consolidación de la práctica
profesional. Ed. Noveduc. Buenos Aires
Fernández
Prieto, Martha - Valverde Berrocoso, Jesús
(1995) Revista Universitaria de formación del Profesorado. Vol. N° 22 pp. 99-106 WEB: http://www.aufop.com/aufop/uploaded_files/articulos/1269129607.pdf
Freire, Paulo.
(2004) Cartyas a quien pretende enseñar.
Siglo XXI Editores Argentina
Tennant
Mark Adultez y aprendizaje: enfoques psicológicos, 1ª ed.(01/1991) El Roure
Editorial, S.A.
Terigi,
Flavia (2012) “Las cronologías del aprendizaje: Un concepto para poder pensar
las historias escolares” Jornada de apertura del ciclo lectivo 2010. 23 de
febrero 2010. Santa Rosa, La Pampa.
Trilla,
Jaume. (1992) El profesor y los valores invertidos. Neutralidad y beligerancia
en la educación. Editorial Paidos. Barcelona
Página web consultada:
Organización de las Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura - UNESCO http://www.unesco.org/education/uie/confintea/paris_s.pdf
[1]
Perla Zelmanovich en el texto “Contra el Desamparo”
[2]
Jaume Trilla Bernet, catedrático de la Facultad de Pedagogía y miembro del
grupo de Investigación en Educación Moral (GREM) de la Universidad de
Barcelona. Doctor en Pedagogía por dicha Universidad. Autor de diversas
publicaciones y director de proyectos de investigación sobre Educación no
formal e informal.Ha sido vicepresidente de la División de Ciencias de la
Educación de la Universidad de Barcelona desde 1986 hasta 1988.
[3]
“GRADO DE DEPENDENCIA AXIOLOGICA” Nivel de autonomía moral del educando
respecto al educador, capacidad del primero de deslindar la autoridad del
docente de lo que son opiniones personales.